Desarrollo de
redes comerciales internas

A partir de la segunda mitad del siglo XVII,
la producción agrícola, ganadera y de diversos artículos de consumo básico comenzó
a ser suficiente para satisfacer las demandas de los habitantes de Nueva
España. Esto estimulo la creación de nuevas redes comerciales internas y el
surgimiento de diversos mercados regionales.
En se sentido, la prosperidad
de los ranchos y las haciendas de Bajío origino un intenso tráfico comercial
entre los centros productores de manufacturas, los reales de minas y los campos
de aquella región.
Esta actividad económica favoreció
el abastecimiento de los mercados situados en la zona de los Altos (en el
actual Jalisco), donde cada año se celebraba una de las ferias comerciales más
importantes de Nueva España: la Feria de San Juan de los Lagos.
Dicho incremento comercial
motivo a la creación de nuevos caminos para transportar las mercancías en todo
el territorio Novohispano. Entre las vías más importantes se encontraban el
camino Real del Norte, que unía el Bajío con los Altos; el trayecto México-Puebla-Veracruz;
la ruta de San Cristóbal de las Casas a Yucatán; y el camino Real de Tierra
Adentro, que vinculaba el centro con el norte del Virreinato.
En el siglo XVII, las redes de
comercio interno fueron controladas por el consulado de la ciudad de México, además,
los miembros de esta corporación se aliaron con los alcaldes para monopolizar
el mercado dentro de los pueblos indígenas.
Durante esa época, los granos y la harina se vendían
en las alhóndigas, a las que acudía la gente con cierta recurrencia. En tiempos
de escasez, las personas compraban los granos en los pósitos, donde las
autoridades vendían las reservas de cereal.
El papel económico
de la iglesia y las grandes fortunas mineras y comerciales
En nueva España la iglesia
gozo de numerosos privilegios y acumulo muchas riquezas debido a que muchos
feligreses ofrecían limosnas y donaciones piadosas a templos y conventos,
obtenía bastantes recursos por el cobro del diezmo, es decir, un impuesto que
consistía en pagar 10% de todo lo que se producía en las tierras novohispanas.
La iglesia utilizo gran parte
de la capital para edificar y adornar los templos y conventos. Los
eclesiásticos mandaron a construir grandes retablos oro, y encargaban pinturas
con motivos religiosos para revestir las iglesias novohispanas y así promover
fervor a los fieles. Por otra parte el clero también invirtió su dinero en la adquisición
de las tierras, haciendas, ranchos, ingenios, casas y edificios urbanos.
A mediados del siglo XVII, el
clero regular estableció en zacatecas, ya se había adueñado de la quinta parte
de todos los inmuebles de esa ciudad. La bonaza económica fue una
característica común del clero regular y secular; sin embargo una de las
ordenes que acaparo más riquezas fue la compañía de Jesús. Los jesuitas fueron administradores
extraordinarios, y contaban con una gran visión y habilidad para que sus
propiedades produjeran dividendos de manera eficiente. En sus haciendas, por ejemplo,
se cultivaba de manera intensiva y especializada, de acuerdo con las
condiciones climáticas más adecuadas para cada producto. Una de las haciendas
jesuitas más adineradas de la época fue la Santa Lucia, propiedad del Colegio
de San Pedro y San Pablo; esta abarcaba cerca de 150 000 hectáreas.
Al ser instituciones con mayor
riqueza en nueva España, la iglesia intervino de manera crucial en el
virreinato, fungió como el principal banco y socio de muchos mineros y
comerciantes; estos grupos también eran parte del sector privilegiado, así como
uno de los motores de la economía novohispana.
Respecto a los comerciantes
más poderosos del virreinato eran los del consulado de la ciudad de México
ellos controlaban la circulación del comercio exterior. Además, muchos casaron
a sus hijas con mineros acaudalados; de esta manera formaron poderosas
familias. Ese fue el caso, por ejemplo, de la familia Fagoaga Arozqueta.
Francisco Fagoaga era uno de los banqueros y especialistas en el comercio de la
plata más importantes de la Nueva España desde principios del siglo XVIII. Este
individuo se aso con una mujer llamada Josefa, hija de Juan Bautista Arozqueta,
quien era unos de los comerciantes más prósperos de la ciudad de México. Dicha unión
matrimonial a unos delo emporios familiares novohispanos más grandes de aquella
época.
Otros mineros que también formaron
parte de la élite económica novohispana fueron José de Borda y pedro romero de
Terrero. El primero amasó una gran fortuna gracias a sus minas en Taxco; el
segundo acumuló riquezas a raíz de la explotación de sus minas en Pachuca y
Real del Monte.